Inna Bilorusova no pierde el hilo mientras nos cuenta su trayectoria profesional: de modista de cabecera en Ucrania a convertirse en una de las mejores indumentaristas de la capital fallera.
Es domingo por la tarde, llego a Almàssera (Valencia) y llamo al número 27 de la calle Derechos Humanos, donde veo el cartel ‘Mil Puntades- Inna Modista’. “¿Por qué todos llamáis a este timbre?”, dice una sonriente Inna Bilorusova (Haivoron, Ucrania, 1974) mientras me invita a pasar y me enseña el sonido del timbre “al que nadie llama”, mucho más suave y melódico.
Mil Puntades es un espacio colorido, repleto de damascos, brocados y telas espolinadas. “Mis clientas dicen que hago trajes valencianos con acento ucraniano y he llamado a mi taller Mil puntades, dándole el toque valenciano a las mil (y más) pasadas de hilo que hago todos los días”. Mientras dice estas palabras, Inna está, precisamente, con hilo y aguja en mano, ultimando todos los detalles de un corpiño. Y es que, si algo la define, es el perfeccionismo y cuidado que dedica a sus proyectos. “Lo he heredado de mi abuela, fue ella quien me enseñó a los 5 años a coser y bordar. Empecé haciendo puntillas de crochet y bordados de Richelieu, típicos en la decoración de los hogares soviéticos”.
“En la URSS todos vestíamos iguales, nadie sobresalía ni se podía expresar a través de la ropa”. Un día de su adolescencia, cansada de la monotonía en su vestimenta, Inna descosió un vestido de su abuela y lo convirtió en una prenda que combinaba mucho más con su personalidad: un outfit alegre, desenfadado y, sobre todo, único. Ella todavía no era consciente que fue justo en ese momento cuando empezó su trayectoria como modista y diseñadora. Comenzaron a hacerle encargos y, de boca a boca, el nombre “Inna Modista” (como la conocen hoy en día en el mundo fallero), fue cobrando sentido. Se convirtió en la modista de cabecera de su pueblo y empezó a ganarse la vida con aquello que más le gustaba: la moda.
Con 25 años decidió viajar a España en busca de nuevos horizontes. “Rondaba el año 1999 cuando vine a Valencia, lo recuerdo como si fuese ayer. Pasé por diferentes trabajos hasta hacerme hueco en la industria textil”, cuenta Inna resoplando, como si diciendo esa frase sintiese los obstáculos a los que tuvo que enfrentarse para llegar a donde está ahora. “Llegué en plenas Fallas y lo que más me sorprendió fue la gama de colores de los trajes. Al año siguiente, mientras paseaba por la ciudad, me topé con unas telas que sobresalían de una tienda fallera. Parecía el destino. Solicité trabajo ahí y en ese momento supe que, en Valencia, quería ser indumentarista”.
“Las telas de la indumentaria valenciana han inspirado a diseñadores y celebrities”
Al principio recibió muchas críticas, ya que el negocio de la indumentaria fallera suele heredarse de padres a hijos y una modista ucraniana realizando trajes regionales de Valencia era lo contrario a tradición. A base de prueba y error, Inna aprendió el oficio hasta destacar en la confección de indumentaria valenciana, sobresaliendo, según comentarios de sus clientas, por la calidad de sus acabados.
“La indumentaria valenciana se ha modernizado en las últimas décadas, aunque los trajes que se utilizan actualmente vienen marcados, fundamentalmente, por los estilos de los siglos XVIII y XIX. Respetar la línea general del diseño tradicional es esencial, pues el mundo fallero es conservador y todavía no está preparado para innovar, y menos tratándose de unas fiestas que se celebran anualmente o, como ha ocurrido recientemente, con un parón de por medio”, comenta refiriéndose a la pandemia, en la que el negocio fallero fue uno de los más afectados.
“En Fallas, ir a la moda, es seguir las tendencias de colores y estampados elegidos anualmente por las fábricas textiles valencianas”
La sequía de encargos que sufrió la industria durante 2020 fue muy dura y el cambio de calendario para celebrar las Fallas en septiembre de 2021 descolocó a muchos. Sin embargo, este mundo que parecía no girar sirvió a Inna para analizar las demandas de su clientela y crear diseños adaptados a una tendencia mucho más sport. “Después de un mes de marzo en el que, por desgracia, las calles no olieron a pólvora, decidí diseñar streetwear y accesorios con bordados florales, para acercar el sentimiento fallero a todas aquellas personas que lo echaban de menos”.
En Mil Puntades son las siete de la tarde mientras leo en voz alta una dedicatoria enmarcada en la pared: Gracias por seguir haciendo que los sueños se cumplan en forma de traje. Miro a una Inna Bilorusova que sonríe con orgullo.